El asiento del alma

Cruzando aceras peligrosas

Esta tarde le dí una vuelta a mi padre por las calles del pueblo en el que viven mis progenitores: Fuengirola. Entre otros males, le fastidia bastante una cabeza de fémur cambiada por una prótesis parcial que no termina de funcionar (y no está como para otra operación). Así, aunque puede andar, para un paseo de medio rango su velocidad de crucero es baja y la autonomía corta. Decidí sacar la silla de ruedas.

Toda una experiencia para cuando oyes por ahí que para saber lo que pasa un inválido has de serlo tú mismo. Cruzar cuatro calles con una silla de ruedas puede ser un infierno, aunque tú sólo estés ahí de cochero. Lo primero que te encuentras es que sólo hay dos o tres aceras de cada ¿veinte? que tengan rampitas suaves para bajar por los pasos de cebra. Curiosamente, de estas rampitas hay más a menudo para atravesar perpendicularmente las rampas de los garajes privados. Supongo que los edificios estarán obligados a más normas para minusválidos que el propio ayuntamiento. Luego te encuentras conque la mayoría de bajaditas no llegan hasta el asfalto: se quedan a unos veinte centímetros. Otras están incluso más altas o están en la esquina de la acera, de modo que tienen una orografía curva y chunga, que te desequilibra la silla. Los lugares en los que se sitúan los pasos de cebra a menudo están alejados del camino que quieres seguir, y los rodeos matan. En total sólo nos quedamos atascados dos veces de modo que tuviera que venir gente a levantar la silla para moverla.

Conclusiones: prepara dinero para taxis, llama a los boinas verdes o vé haciendo pesas.

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